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José Ramón Mercado, poeta y narrador fallecido, deja numerosas obras.
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José Ramón Mercado: se fue el poeta de la memoria conmovida

Un emotivo escrito "quedan sus anotaciones y su risa amplia, que se llevará al cielo, para conversar y amenizar con Dios".

Por Adalberto Bolaño (*)

Ayer murió José Ramón. No sé si yo lo esperaba o no. Hacía diez días había hablado con él, comentándome lo mucho que le placía la página que le había dedicado el domingo anterior el poeta y periodista Gustavo Tatis en el diario El Universal de Cartagena, a raíz de la reciente publicación de su hermosa colección de poemas Anatomía del regreso, cuyas 582 páginas de poesía del y desde el Caribe colombiano, lo enaltecían. 

El libro, pensado y revisado desde el año anterior, tras lentas y serias vicisitudes, pues la editorial no se plegaba a sus decisiones, al desconocer cómo debía ir publicado un poema, por fin salió editado este año, en virtud de la celebración de los 50 años de haber dado a conocer al público su primer poemario, Solo poemas.  Este libro recogía, sin más ambages, toda su poesía.

Conocí a José Ramón Mercado a través de su poesía. Mi trabajo de grado en la maestría de Literatura hispanoamericana y del Caribe inicialmente estudiaría a varios poetas del Caribe colombiano, pero por ser tan improbable, tan posiblemente difícil (como para una tesis de doctorado), los profesores me indicaron que estudiara a un solo poeta. Me decidí por la poesía de José Ramón. Hasta ese momento, año 2012, había publicado 12 de sus poemarios. Fue amor literario a primera vista. Su poesía desgranaba y consolidaba algunos elementos que yo vislumbraba en otros poetas de la región, como Candelario Obeso, Gómez Jattin, Rojas Herazo, Gabriel Ferrer, Miguel Iriarte, Meira Delmar, y más.

Lo primero: ¿cómo conseguir sus libros? Una llamada resolvería la consecución de estos, los cuales me obsequió en su gran mayoría, que me llegaron pronto; además de dos de sus novelas que me envió, y libros de su hermano Jairo.  De allí nació una tesis que se convirtió en libro: uno, publicado por la Universidad del Magdalena: La memoria conmovida. Caminos hacia la poesía de José Ramón Mercado, y un poco más tarde, Paisaje, identidad y memoria en la poesía de José Ramón Mercado, por la Universidad del Atlántico, así como análisis de Pájaro amargo, otro poemario, publicados por revistas académicas.

Paisaje, identidad y memoria en la poesía de José Ramón Mercado, por la Universidad del Atlántico, de Adalberto Bolaño.

 

Pero una cosa es el texto y otra el hombre, pues poco después encontré una gran persona, cálida, contadora de historias, amante de su esposa y de sus hijos, amigo de sus amigos, y con una postura crítica a todo dar. Su larga experiencia en la educación, lo llevaba a comprender no solo al ser humano en toda su dimensión, sino a una comprensión del mundo con sus oportunidades y sus miserias.

Amaba los libros y el mundo. Amaba lo que hacía, y necesitaba que le publicaran su narrativa y su obra teatral, lo pedía a gritos. Por entonces, o creo que, desde siempre, José Ramón añoraba las manos de un editor, de una editorial que publicara esos textos que varias veces fueron llevadas a las tablas en Bogotá y en su tierra, pero que nunca fructificaban hacia afuera. Como mucha de la literatura del Caribe colombiano, esos textos dramatúrgicos tenían el círculo cerrado en Bogotá y en otras ciudades. De allí que se le desconociera en mucho. Tanto así, que su poesía debe ocupar un lugar importante en el canon nuestro. De eso hablábamos, de ese desdén cetrino e inconado hacia la literatura de la región. Por ello escribí mi tesis. 

Fui muchas veces invitado a su casa, a su pueblo, a su lugar de nacimiento. Allí charlábamos de cómo esa zona le había hecho surgir su obra y de cómo se ejercía en ese espacio un lugar del paraíso ya perdido, de ese edén en el que vivió y que revela en su poesía y especialmente en su última novela publicada: A mí me gustaba que la señora me llamara Vuelamásqueelviento, novela sobre la memoria conmovida, la de la infancia a la que se aferraba como una lapa, último paraíso antes de que la vida lo zambullera en su desdén y en sus trabajos. 

Memoria agradecida, pero también explosiva en muchos de sus poemas, porque al lado de la idealización de la familia se encontraba el dolor propio, el dolor de la familia, el dolor también social y los homenajes a los héroes populares, porque su poesía reveló un amplio arco de temas. Lo anterior puede verse en el largo camino que recorre su poesía: No solo poemas (1971),  El cielo que me tienes prometido (1983), Agua de alondra (1991), Retrato del guerrero (1993), Árbol de levas (1996), La noche del nocaut- y otros rounds (1996), Agua del tiempo muerto (1996), Los días de la ciudad (2004), Agua erótica (2005), La casa entre los árboles (2006), Poemas y canciones recurrentes que a simple vista revelan la ruina del alma de la ciudad y la pobreza de los barrios de estratos bajos (2008), Tratado de soledad (2009), Pájaro amargo (2013), Vestigios del naufragio (2016) y sus poemas recogidos en Anatomía del regreso (2021).

Digamos de entrada que poesía de José Ramón Mercado descuellan las huellas de la poesía del Caribe todo: la oralidad, el neorrealismo, lo cotidiano, el lenguaje transparente, el compromiso ideologizante, el prosaísmo, la historia, la sociedad, la desmitificación del poeta.  Se cruzan, además, con las anteriores temáticas que van desde la cultura popular, lo urbano, la violencia en Colombia, la poesía erótica y una poesía simbólica en uno de sus libros (Agua de alondra). 

Trasluce así una sensibilidad que planea y plantea entre lo colectivo y lo individual un desgarramiento y una perplejidad expresados en la poesía como instrumento de reflexión desde la realidad en la que un tono desgarrado o de desesperación se dibuja a través de personajes marginados. Mercado asume en sus primeros libros la tendencia esencialista, en el sentido de que representa, por su participación militante de los años 70 y tragicidad, una poesía reflexiva, metalingüística, crítica y de denuncia, pero al mismo tiempo reveladora de la interrogación del ser. Ello da cuenta de elementos tales la oralidad, lo prosaico y lo narrativo dando así su estilo conversacional y coloquial, así como la asunción de contar una anécdota o un tema a través de una narración.

Quizá La casa entre los árboles es el poemario más logrado en cuanto refleja más unidad en los poemarios escritos por Mercado. Asumir la vida, la memoria, revitalizar y revivir una saga familiar a través de “biografemas”, reelaboraciones de la propia vida construidas a través de los detalles, gustos, inflexiones, fragmentos, relacionados con un arte de  la vida y la muerte, pero a las que Mercado les da una vuelta de tuerca a través de la revivificación de los sentidos y los sentimientos  en tanto memoria narrativa y de la experiencia. En ese poemario se revela que “Toda biografía es una novela que no quiere decir su nombre”, según palabras de Barthes.

En Tratado de soledad (2009) se prolongan los dos poemarios mencionados, sin embargo, ahora le agrega un sesgo nuevo: una poesía testimonial, en la que un hablante lírico entrega su voz a las víctimas de la violencia surgida en el país, y en algunas zonas de la región de la costa Caribe colombiana, sitas en Sucre, Córdoba y Bolívar especialmente. Esta se constituye en una poesía (especialmente los seis poemas dedicados a las masacres de Macayepo, Chengue, El Salado, Los Montes de María y los de un pueblo innombrado, que representa a toda Colombia) resumen de todas las muertes que ya había retratado Mercado en otros poemarios y en los cuentos de Perros de presa, en el que recoge los diversos tipos de violencia suscitados en Ovejas, Sucre y otros departamentos del Caribe colombiano. 

También se encuentra el poemario número 13, Pájaro amargo (2013), su penúltima producción poética, que redefine su estética y la acerca aún más a la poesía del linaje, relacionada esta con textos donde los familiares hacen parte de su eje fundamental, mencionada ya La casa entre los árboles. Este poemario representa un giro hermoso acerca de lo filial, pero al mismo tiempo una censura amorosa y dolorosa al mismo tiempo, pero también una preocupación social, y política, en otra. Su obra poética conlleva una acepción en la que se conjuntan lo espacial, la moral, la ética y la política. Pero también ha sido una poesía que revela una visión del paisaje del Caribe colombiano, y con ella una estructura de sentimientos (según el concepto de Raymond Williams) y sentidos, con lo cual se conjugando una versión interpretativa del Caribe compleja, una hermenéutica lírica relevante y novedosa.

La poesía del libro Pájaro amargo presenta aparentes rasgos de la arquetipificación de la carta kafkiana, que aparentemente no guarda el equilibrio, la rabia, el dolor y la pasión; no obstante, bajo un discurso poético consistente, macerado, el poemario se enmarca en un más allá artístico, que universaliza el lamento, que retrata la memoria y busca no “derramar una lágrima frente al recuerdo”. El poemario pone en escena un “retrato familiar” freudiano y una poesía de la experiencia familiar, que va de lo íntimo a lo público, de lo familiar a las experiencias dramáticas o trágicas, bajo una poética de lo infausto y lo patriarcal, en la que el padre asume un papel dramáticamente fuerte, de una rudeza que obsede todos sus actos. 

En su último libro, Vestigios del náufrago (2016), la poesía de José Ramón Mercado da vuelta a su espíritu conclusivo, en el sentido de que despliega la sabiduría y el abordaje sentimental de quien ha sabido pensar y repensar su obra, dándole trascendencia a los cierres, a la mirada que admite especie de finales, pero que no apuntan a una despedida. Ahora, en este texto, más que digamos que en Tratado de soledad, pero mucho menos que en La casa entre los árboles, se extrema el homenaje a la casa, a los lugares del retorno. En el poema con que abre el libro, “Inventario de la casa” se encuentra el espacio edénico de la infancia: “La casa éramos nosotros y su sombra / —Los árboles y los recuerdos— / Sin embargo hacía falta todo / Menos la ternura de mi madre”.

El autor de esta nota, Adalberto Bolaño, con el poeta y narrador José Ramón Mercado, fallecido el viernes en Cartagena.



Pero regresemos a la vida, me he puesto menos nostálgico y muy impersonal al hacer las anteriores disquisiciones literarias.  Continuemos los recuerdos. 

En Ovejas y, en otras instancias donde hacía José Ramón que me invitaran, hablé a estudiantes de bachillerato, a personas del pueblo, sobre su obra, que, como era de esperarse, no conocían. Porque José Ramón tuvo esa virtud o desvirtud de situación: no ser reconocido como debía, pero sí entre sus amigos y conocidos. Esos que compraron su último libro con dedicación, por el correo de las brujas, por el voz a voz, también por un espíritu de insistidor de él como tal vez no había tenido jamás, porque sabía que este era un gran esfuerzo de vida dedicada a la poesía, pero también porque allí se magnificaban sus ansias estéticas y su autobiografía velada.

Y entonces recuerdas al amigo, con su charla llena de detalles, de morosas confidencias, sobre sus 25 hermanos, muchos de los cuales no están y a los cuales recordaba con mucho amor. También recuerda sus diálogos sobre la Bogotá que se fue, cuando estudiaba en la Universidad Nacional; sus disquisiciones de cuando fue rector del Inem de Cartagena y de lo cambios que hizo en ese colegio; de cuando fue profesor y rector en Chiquinquirá, en Cundinamarca; de su hermano Jairo; de su padre, de su madre, tan sacrificada con tantos hijos y con muchas dificultades; en fin, confidencias de un amigo que hacía a alguien que había escrito sobre su obra, porque esta necesitaba ser reconocida, elogiada, entrar en el canon, por la incomprensión de críticos, por la falta de circulación de sus libros, por las “roscas” consabidas, en fin, por los silencios soterrados que una sociedad intelectual crea en contra de una supuesta “literatura menor”, supuestamente subalterna, mirada con lupa y no telescopio. 

Y entonces, cuando escribo esto, todavía no puedo creer lo de su muerte. Mi conciencia lo hace en el hospital, con la comunicación que casi a diario me hacía llegar Gustavo Tatis. Ayer en la mañana le escribí para saber cómo estaba, y me contestó el poeta Tatis a las 8 y 50 de la mañana: “José Ramón está muy delicado. Intubado. Muy deteriorado, es el último reporte”. Lo presentía. En tiempos de pandemia, con tantos amigos y familiares que se han ido, tú lo puedes intuir. Por eso sigo aferrado a su voz de hace diez días, a esa última charla sobre la reseña a su último y espléndido libro.  

Y entonces, quedan los cafés en sus casas de Ovejas y de Cartagena; quedan las charlas telefónicas, porque el Covid sigue separando a las personas y se las sigue llevando; quedan las entrevistas que se hicieron por mi libro a nombre de su obra poética; queda una amistad detenida en el tiempo y en el espacio, pero siempre en la memoria. Mi conciencia no lo acepta. Está todavía vivo. Pero pienso finalmente: quedan sus anotaciones y su risa amplia, que se llevará al cielo, para conversar y amenizar con Dios.

 

(*) Docente de literatura, Universidad del Atlántico. Editor de libros y revistas. Autor de varios libros y artículos sobre literatura del Caribe y "Jorge Luis Borges : Del infinito a la posmodernidad".

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